Llego puntual y nerviosa. La cita es importante. Durante los tres próximos días voy a acompañar a un grupo de alumnos de CIVSEM a vivir una experiencia profundamente transformadora. Se encuentran en el ecuador del programa DPOP –Desarrollo Personal y Orientación Profesional- y es el momento de hacer una parada para reflexionar, mirar hacia dentro. Delante de sus compañeros se preparan para exponer, en unos minutos, su Proyecto de Vida. Ni más, ni menos.
Observo a mi grupo con mucho interés a ver si por algún resquicio me cuelo dentro de sus pensamientos y escucho lo que pueda estar ocurriendo por ahí. Pero más que palabras, lo que escucho, son emociones. No me sorprende. No estamos acostumbrados a dejar entrar en nuestra cueva a cualquier desconocido, como tampoco entramos en la del vecino sin invitación previa. Pero ésta es una ocasión especial. Están aquí precisamente para eso. Para entrar en contacto con ellos mismos y abrir puertas. Es el momento de proyectarse hacia el futuro y diseñar con consciencia.
Uno a uno y envueltos en un impecable respeto, van exponiendo sus proyectos. El resto escuchamos fascinados las historias que cada cual quiere compartir. Casi invariablemente comienzan aportando contexto. Cómo no. Resultaría difícil plantearnos el futuro sin haber indagado en quiénes somos y de dónde venimos. Para algunos, volver la mirada atrás supone revivir experiencias dolorosas, recuerdos de heridas aun abiertas que la fuerza y el coraje sacan a empujones hasta liberar el alma, produciendo una auténtica catarsis. Son momentos de una increíble intensidad en los que la ternura de las miradas proporciona el sostén emocional que la persona necesita y agradece. Para otros, recordar lo que fueron y vivieron representa un paseo más liviano. Quizá no tuvieron que atravesar las mismas colinas empinadas y pudieron disfrutar del camino sin grandes sobresaltos. O quizá, sí. Puede que se encontraran con escollos incluso mayores y tuvieran a mano los recursos que necesitaban para salir fortalecidos de sus experiencias y sean hoy un modelo inspirador para los demás.
Han ido abriendo las puertas de su hogar interior y ahí, en la intimidad de la penumbra, hemos encontrado un rinconcito en el que compartir necesidades, anhelos profundos, inquietudes. Y en ese espacio no hacen falta capas ni disfraces, nos basta y nos sobra con ser nosotros mismos y hablar desde nuestra autenticidad sintiéndonos acogidos en la escucha amorosa de los demás. Y es precisamente la escucha la que nos permite ir recogiendo pedacitos de vida, que como tesoros, nos muestran algo que necesitamos aprender. Es la escucha la que nos abre los ojos a una mirada diferente, la que nos ayuda a comprender, a derribar muros…
Poco a poco el entusiasmo se hace presente y se perfilan los proyectos de vida. Algunos tímidos, otros más atrevidos. Todos ellos cargados de ilusión y esperanza. Escuchamos palabras como quiero dejar de, me he dado cuenta de, voy a incorporar, escuchar, ahora entiendo la palabra respeto… y tantas otras expresiones que ofrecen a sus mentes y a sus corazones un nuevo lienzo sobre el que pintar. El latido del grupo anima y respalda a cada persona para que siendo muy consciente de su valor y la responsabilidad que tiene sobre su propia vida, empiece a dar los primeros pasos hacia esa vida que proyectan.
Seguimos caminando, ahora transformados por esta experiencia en la que hemos aprendido lo necesario que es mirarnos y mirar con compasión, reconociendo que es mejor ir pasito a pasito, suave-suavecito, como la canción, sabiendo que cada milímetro que avanzamos es un triunfo. Salimos con las emociones que proporciona la conexión sincera con los demás, que unen y reconfortan, teniendo claro que el cambio pasa por una decisión personal y una acción, como punto de partida.
Nos vamos soltando certezas y abrazando incertidumbres, con un lienzo en blanco, colores y pinturas. Dispuestos a experimentar nuevas texturas, difuminar, aplicar el juego de luces y sombras, poniendo el punto de fuga donde corresponde para que la composición tenga sentido, arrancando de las entrañas esa obra de arte que puede ser nuestra vida.

Mi agradecimiento y admiración infinitos al equipo y formadores de CIVSEM y a la Fundación Tomás Pascual Sanz y Pilar Gómez Cuétara por hacer realidad la transformación de tantas personas.
Ana