He escuchado esta frase hace unos días y he decidido incorporarla a mi repertorio. La traigo por si alguien quiere incorporarla al suyo.
La frase completa es “a mí nadie me va a pillar en la descalificación ni en los chismes”. La propietaria de la frase hablaba de situaciones laborales muy cotidianas que hemos podido vivir cualquiera. Situaciones de todo tipo, en las que si no es el cliente y sus exigencias, es el director y sus bemoles, las batallitas de poder, los rifirrafes entre compañeros, el fíjate a quién han promocionado, o mira ese trato de favor que clama al cielo. Pero no se trata solo de ese entorno, parece que nos va la marcha en todos. Sólo hay que mirar cómo nos lo pasamos hablando del cochazo de la vecina del quinto, el novio rapero de mi prima, el de enfrente que ni saluda o lo de mi cuñada que no tiene nombre. Total, estoy hablando de situaciones del día a día, de relaciones, de personas que conviven con personas, muchas veces durante interminables horas, sobre todo si se trata de trabajo.
La cuestión es que nos vemos con relativa frecuencia expuestos al clásico déjame que te cuente… seguido de lindezas varias y de un rostro expectante dispuesto a recabar apoyos, compadreo o tanta información como seamos capaces de filtrar. Y con la misma frecuencia somos nosotros los que ejercemos ese papel. Me temo que pocos se salvan.
Por suerte, conocemos a personas que se mantienen al margen. La protagonista de mi historia es una de ellas. Pisa los mismos terrenos que los demás. Ni levita por las nubes ni está dotada de poderes especiales, qué va. Lo que pasa es que ella lo tiene muy claro y cuando se le acercan con carita de conspirar, mi Juana de Arco se planta dispuesta a defender la fortaleza en la que custodia su paz y su integridad. Cierra a cal y canto ese piquito que otros abren dejando salir sin timonel palabras que brotan de sus arenas movedizas. Quiero pensar que brotan de su falta de consciencia, de su incomprensión, de su malestar, de su rabia, de sus frustraciones…y no porque sean unos majaderos. En fin, seguro que alguien quiere cuestionar esto último ;)).
Mi Juana decidió hace muchos años cuidarse y mantener firme su compromiso con ella misma. Y ahí está la clave. Su convicción inquebrantable, su decisión. Maneja con maestría la cara de póker y el cambio de tercio como estrategias ante el sabías que. Su interlocutor se queda compuesto y sin la novia que venía a buscar. Vuelve por dónde había venido con sus dimes y diretes. Pero se lleva algo. Una sensación de admiración hacia una persona que lejos de ayudar a remover las aguas, contribuye a apaciguarlas con su actitud y su silencio. No es de extrañar que recurran a ella cuando hace falta serenidad y capacidad de discernimiento. Su habilidad para sintonizar su radio interior, sin interferencias que enturbien las ondas, le permite escuchar su voz, analizar, sopesar, poner en perspectiva, focalizar su atención. Así, mantiene las banderas de su castillo ondeando libres y de paso se gana el respeto de los demás. Los que la observamos tenemos la oportunidad de decidir si queremos contagiarnos de ese modo de ser y de estar.
A los que decidimos que sí, nos toca aprender. Que nadie tenga la tentación de pensar que a ella le ha salido gratis. De ninguna manera. Esa maestría se consigue con muchos años de aprendizaje y entrenamiento. Creando un espacio de consciencia en el que mete a empujones su frase estrella. La que le ayuda a elegir entre sus ganas de entrar en el juego y el respeto por sí misma. La que le da las fuerzas que necesita para no moverse un ápice de su posición.
A los que decimos que sí nos toca aprender, lidiar con nosotros mismos, practicar una y mil veces.
Ana